lunes, 5 de febrero de 2018

SEMANA # 4 FILOSOFÍA 2018

APRENDER A FILOSOFAR

La filosofía surge cuando nos hacemos preguntas ineludibles, que incomodan nuestra vida por la urgencia de atenderlas. Son preguntas que nos obligan  a responder a su llamado; surgen desde el fondo de cada ser humano y en consecuencia se vuelven universales. Cuando respondemos al llamado como una vocación para hallar la VERDAD surge la filosofía. La filosofía supone una disposición del ánimo por el cual acogemos una interpelación, porque no solo oímos, sino que esencialmente ESCUCHAMOS.

Llega a filosofar quien se dispone y recibe las preguntas fundamentales como su más preciado objeto y quien se confía desinteresadamente a la tarea de resolver dichas preguntas. Esta disposición del ánimo –temple- no es igual en todo pensador. En un principio en Grecia lo hicieron los primeros filósofos llamados presocráticos, anteriores a Sócrates, movidos por el asombro ante las cosas, por la perplejidad.

ü  Todos tenemos inquietudes filosóficas

Nos hemos hecho preguntas como: ¿los animales piensan? Una respuesta inteligente es responder que sí. Los seres humanos somos animales y animales no humanos y humanos pensamos. Pero eso no es lo que nos inquieta. Lo que nos preocupa es un misterio: parece un hecho que animales no humanos se comunican entre sí y, cuando observamos un perro, nos da la sensación de que entiende. Parece como si los animales “pensaran”. Pero ¿cómo saberlo?

Estas dudas nos conducen a otras: ¿Qué es pensar? ¿Qué es ser consciente? ¿Qué es ser persona? Tales preguntas resultan extrañas o más bien nos sentimos extraños ante ellas, pues no nos las hacemos todos los días y nos producen desconcierto porque no sabemos cómo responderlas. ¿Cómo las respondería usted? ¿Su respuesta daría satisfacción, no suscitaría una nueva pregunta?

En algún momento todos hemos experimentado “inquietudes filosóficas”. Generalmente las pasamos por alto o les prestamos atención por unos instantes  y luego olvidamos. Pero por más rutinaria y aburrida que sea nuestra vida, nuestra capacidad de asombro no muere, permanece. Nuestro apetito intelectual, anímico y espiritual está presente y de algún modo buscamos manera de satisfacerlo.

Todo aquello que nos preocupa profundamente y en ocasiones  nos sorprende, nos invita a investigar. Pero también podemos ser sensibles ante las cosas sencillas, comunes u obvias.  No tiene que ocurrirnos algo grave ni tenemos que asistir a un espectáculo asombroso para que se despierte nuestra admiración, para que surjan entre nosotros preguntas que nos dejen perplejos. Sin lugar a  dudas somos seres curiosos y en la actividad filosófica hay mucho de curiosidad. Recordemos lo que decía Aristóteles “todos los seres humanos, por naturaleza, desean saber”.

Pero la CURIOSIDAD POR SÍ MISMA NO BASTA para justificar  la actividad filosófica, pues la filosofía no se practica únicamente por curiosidad. Y aunque todos tenemos inquietudes filosóficas, no todos sabemos filosofar, pues no todos sabemos cómo abordar estas inquietudes. Y seguramente aquí está el centro del saber filosófico, pues aunque la filosofía la podamos definir como el conjunto de “inquietudes” que pueden causar asombro a los seres humanos, también se le puede definir como la acción que permite pensar filosóficamente estas inquietudes. Por lo tanto, en lugar de hablar de preguntas filosóficas, es más adecuado pensar en cómo abordarlas de manera filosófica

La filosofía es una manera de enfrentar dificultades, de afrontar preguntas y de pensar en ellas. En otras palabras, la filosofía es un cómo. Y si todos somos filósofos en alguna medida, nos lleva a comprender que todos estamos en la capacidad de asumir actitudes filosóficas ante diversas circunstancias.

¿Por qué entonces hacer filosofía?, dando una respuesta más o menos acertada podemos decir que hacemos filosofía no sólo por simple curiosidad sino por la necesidad de hallar:


  • Un modo de afrontar aquellas inquietudes que nos asombran
  • Una manera de enfrentar la perplejidad propia de los seres humanos

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