APRENDER A
FILOSOFAR
La filosofía surge cuando nos hacemos
preguntas ineludibles, que incomodan nuestra vida por la urgencia de
atenderlas. Son preguntas que nos obligan
a responder a su llamado; surgen desde el fondo de cada ser humano y en
consecuencia se vuelven universales. Cuando respondemos al llamado como una
vocación para hallar la VERDAD surge la filosofía. La filosofía supone una
disposición del ánimo por el cual acogemos una interpelación, porque no solo
oímos, sino que esencialmente ESCUCHAMOS.
Llega a filosofar quien se dispone y
recibe las preguntas fundamentales como su más preciado objeto y quien se
confía desinteresadamente a la tarea de resolver dichas preguntas. Esta
disposición del ánimo –temple- no es igual en todo pensador. En un principio en
Grecia lo hicieron los primeros filósofos llamados presocráticos, anteriores a Sócrates, movidos por el asombro ante
las cosas, por la perplejidad.
ü Todos tenemos inquietudes filosóficas
Nos hemos hecho preguntas como: ¿los
animales piensan? Una respuesta inteligente es responder que sí. Los seres
humanos somos animales y animales no humanos y humanos pensamos. Pero eso no es
lo que nos inquieta. Lo que nos preocupa es un misterio: parece un hecho que
animales no humanos se comunican entre sí y, cuando observamos un perro, nos da
la sensación de que entiende. Parece como si los animales “pensaran”. Pero
¿cómo saberlo?
Estas dudas nos conducen a otras: ¿Qué
es pensar? ¿Qué es ser consciente? ¿Qué es ser persona? Tales preguntas
resultan extrañas o más bien nos sentimos extraños ante ellas, pues no nos las
hacemos todos los días y nos producen desconcierto porque no sabemos cómo
responderlas. ¿Cómo las respondería usted? ¿Su respuesta daría satisfacción, no
suscitaría una nueva pregunta?
En algún momento todos hemos
experimentado “inquietudes filosóficas”. Generalmente las pasamos por alto o
les prestamos atención por unos instantes
y luego olvidamos. Pero por más rutinaria y aburrida que sea nuestra
vida, nuestra capacidad de asombro no muere, permanece. Nuestro apetito
intelectual, anímico y espiritual está presente y de algún modo buscamos manera
de satisfacerlo.
Todo aquello que nos preocupa profundamente
y en ocasiones nos sorprende, nos invita
a investigar. Pero también podemos ser sensibles ante las cosas sencillas,
comunes u obvias. No tiene que
ocurrirnos algo grave ni tenemos que asistir a un espectáculo asombroso para
que se despierte nuestra admiración, para que surjan entre nosotros preguntas
que nos dejen perplejos. Sin lugar a
dudas somos seres curiosos y en la actividad filosófica hay mucho de
curiosidad. Recordemos lo que decía Aristóteles “todos los seres humanos, por
naturaleza, desean saber”.
Pero la CURIOSIDAD POR SÍ MISMA NO BASTA para justificar la actividad filosófica, pues la filosofía no
se practica únicamente por curiosidad. Y aunque todos tenemos inquietudes
filosóficas, no todos sabemos filosofar, pues no todos sabemos cómo abordar
estas inquietudes. Y seguramente aquí está el centro del saber filosófico, pues
aunque la filosofía la podamos definir como el conjunto de “inquietudes” que
pueden causar asombro a los seres humanos, también se le puede definir como la
acción que permite pensar filosóficamente estas inquietudes. Por lo tanto, en
lugar de hablar de preguntas filosóficas, es más adecuado pensar en cómo
abordarlas de manera filosófica
La filosofía es una manera de
enfrentar dificultades, de afrontar preguntas y de pensar en ellas. En otras
palabras, la filosofía es un cómo. Y si todos somos filósofos en alguna medida,
nos lleva a comprender que todos estamos en la capacidad de asumir actitudes
filosóficas ante diversas circunstancias.
¿Por qué entonces hacer filosofía?,
dando una respuesta más o menos acertada podemos decir que hacemos filosofía no
sólo por simple curiosidad sino por la necesidad de hallar:
- Un modo de afrontar
aquellas inquietudes que nos asombran
- Una manera
de enfrentar la perplejidad propia de los seres humanos
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