El deporte cuenta con
símbolos, mecanismos y un lenguaje de asociación autónomo y distintivo. Las
diversas formas de práctica deportiva ocupan un papel importante en la
producción y reproducción de las relaciones interpersonales, por ello resulta
ser un elemento con potencial diferenciador y a la vez integrador (Bourdieu,
1993; Rodríguez, 2008).
El deporte posee una
alta relevancia social, para Dunning (2003) no resulta necesario demostrar con
investigación o estadística alguna este hecho. Afirma que sólo basta con
observar: (a) la atención del medio social sobre éste fenómeno (b) los medios
de comunicación, (c) el dinero público y privado que se invierte, (d) la
publicidad, (e) la implicación y preocupación del Estado por dicha actividad,
(f) la cantidad de individuos que son participes de actividades deportivas como
espectadores o protagonistas. Además del alto grado socializador que la
actividad posee, afirmando que ninguna otra actividad humana ha poseído tal
centro de interés y participación.
Dunning y Elias (1986)
manifiestan que la actividad deportiva es un vehículo que promueve los vínculos
sociales directos y/o indirectos, los que pueden ser tanto inclusivos como
exclusores, esto hace referencia esencialmente al papel protagónico que puede
tener el deporte en la conformación de identidades, jerarquías, sentido de
pertenencia a determinados grupos y la construcción del autoconcepto (por
ejemplo: buen o mal deportista). El deporte es entonces una instancia social
que supera la lógica de medir rendimientos o la confrontación de unos contra
otros, posicionándose como un espacio de construcción de identidades gracias al
valor social intersubjetivo que la población le entrega al deporte.
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